sábado, 24 de abril de 2010

Habitación

Encerrado entre las cuatro paredes de mi habitación con la ventana y las puestras abiertas dejando pasar una tímida luz que contrasta con las sombras de duda que envuelven mi porvenir.
Aquellas cuatro paredes desnudas, envueltas de cuadros que recuerdo que nunca compré, donde se muestran con toscos trazos sucesos que no volverán a ser.
Y siento un pequeño destello que reclama mi atención, provocado por un viejo espejo, desde donde me mira alguien que creo no ser yo. Es mi figura triste y demacrada que se esfuerza en mantener una sonrisa cansada en la que interpreto un "lo siento viejo, debes hacerlo mejor".
En el rincón aquel héroe de juguete roto que me recuerda lo fácil que antes era todo, donde distinguir al villano, era tan sencillo como equivocarse suele ser, donde enamorarse no era algo que temer, cuando lo más complicado era acabar pronto la tarea que dejaba aquella maestra gorda a la que nunca soporté.
Junta al héroe de plástico, un balón desinflado, que me observa reclamando, el haberlo abandonado, por aquellas tardes de verano, cuando caminaba de la mano, de aquella chica de la que ayer me enamoré.
En la mesa de noche, un libro que no he terminado de leer, es el que me ha acompañado las noches que llevo contando desde que no la volví a ver. Uno de esos libros enredados donde el protagonista es un tipo que no deja de beber, y a pesar de lo idiota que puede resultar ser, siempre encuentra la forma de volver con su amada, cuando yo a pesar de mis esfuerzos a la mía no pude retener.
Esa tonta novela que a la vida quiere representar, no logra atrapar la escencia que se asemeja más a una tempestad, donde el bueno y el malo de cada historia suelen ser la misma persona, donde las buenas malvadas, consiguen lo que quieren, donde las buenas sumisas no existen, donde no hay hadas madrinas que resuelvan la vida, donde en cada página se encuentra una nueva intriga.
Junto al libro, las lucecillas de aquel reloj digital se han quedado detenidas en aquella hora en que la dejé partir, como recordatorio de aquel corazón que alguna vez tuve y ahora ha dejado de latir.
Las manecillas del reloj sobre el escritorio de mi habitación ha decidido recordarme el instante exacto en que la conocí, como si se hubiera puesto de acuerdo con su simil digital para dejarme encerrado en ese periodo donde tan feliz fuí.
En el escritorio se riegan papeles como hojas en días de otoño, donde distingo garabatos que sólo yo puedo interpretar, donde en una misma hoja se confunden fórmulas complejas que tratan de explicar mi situación, a lado de nonatos poemas inspirados por el sentimiento que albergo hasta el día de hoy, aquel sentimiento que por lo visto en ella ya desapareció.
Mi computadora indiferente oscila entre las voces de José Alfredo, Chente, José José, Sabina, los hermanos de Estopa y alguno que otro Rock and Roll, e inclusive la legión de lengua extranjera, haciéndo honores a la reina de Inglaterra, pone notas a mi dolor.
Cuando mi reflejo en el ordenador vuelve a esbozar aquella sonrisa siento un impulso incontrolable, que se convierte en carcajada, causada por la ironía, por aquella broma consumada que mi mente adolorida se negaba a comprender.
Caigo rendido en la cama, agotado por el esfuerzo, de llorar por estar riendo, de reir al estar llorando, completamente decidido a recuperar las horas de sueño que su sombra me ha robado, pues aunque este amor no ha desaparecido, con las cicatrices debo seguir avanzando, pues quién soy yo para al destino quitarle este bobo payaso, que no tardará muchas lunas en regresar con otro inverosímil acto.