lunes, 26 de septiembre de 2011

Encuentros familiares

¿Qué tal?
Hace un mes aproximadamente escribí un cuento corto para un concurso. He de admitir que lo escríbí a las carreras y por mucho no es mi mejor trabajo, sin embargo, se los comparto y a ver que opinan.

Era una tarde lluviosa en la ciudad, lo cual no era nada extraordinario, después de todo siempre llovía en esa maldita ciudad. El cielo lloraba por toda la inmundicia que presenciaba, testigo de las pinceladas magistrales de lo vil que puede llegar a ser la humanidad. El Sargento John Meyer, del Departamento de Policía lo sabía bastante bien.
Cada tarde, junto a su compañero, patrullaba una de las zonas más pobres de la ciudad. Siempre había estado asignado a esa zona, desde que lleno de esperanza salió de la Academia para cambiar al mundo. Ese anhelo de cambiar al mundo se desvaneció cuando su propio mundo quedó devastado. Su mujer falleció al dar a luz a un niño muerto.
En la radio de su vehículo sonaban distintos avisos, había un robo en una calle del otro lado de la ciudad, una pelea en un bar a unas cuantas cuadras, y alguien reportaba que un vago llevaba algún tiempo tirado en la calle siguiente a la que estaban. Meyer y su compañero tenían un acuerdo implícito de no atender nada que les pudiera resultar muy peligroso, así que el vago parecía el problema más viable a resolver.
Al llegar cerca del lugar donde estaba el indigente Meyer maldijo por lo bajo pues ese día no conducía, así que era su turno bajar del automóvil para atender los asuntos que podrían presentarse, y la idea de empaparse no le agradaba en lo más mínimo.
Salió del vehículo con una torpeza impropia para un agente de la ley. Se acercó poco a poco al personaje abandonado a su suerte en la calle. Éste se encontraba boca abajo, con las piernas extendidas y los brazos ligeramente separados del cuerpo. Meyer se sintió intranquilo, pues había visto a muchas víctimas del alcohol derrumbadas en el suelo, y todas se encontraban en posiciones de lo más inverosímiles, mientras que el que tenía enfrente lucía de tal manera como si estuviera plácidamente durmiendo.
John lo llamó y al ver que no respondía, lo tomó del brazo y lo giró con cuidado para colocarlo boca arriba, al quedar al descubierto el rostro de lo que Meyer sospechaba era un cadáver, no pudo reprimir un grito de horror, lo que provocó que su compañero bajara inmediatamente del auto patrulla.
Meyer no dejaba de temblar por la sensación que le provocaba la imagen que se presentaba ante sus ojos, mientras que su compañero al contemplar la escena no pudo evitar vaciar sobre la acera el generoso desayuno que había ingerido antes de iniciar su turno.
“No puede ser”, era la frase que su cerebro repetía cuando las palpitaciones de su corazón se callaban, ante él se encontraba el cuerpo de un hombre joven, con el rostro pálido como el frío mármol de las lápidas, que aunque corrompido por algunos gusanos que se paseaban sobre él permitía apreciar unas facciones familiares para Meyer.
Cuando no había más en el estómago del compañero de John empezó a señalar el cuerpo y exclamaba horrorizado: “¡pero si eres tú!”. Meyer tampoco daba crédito al parecido que tenía con el cadáver, y aún no salía de su asombro, cuando el cadáver exclamó: “Hola papá…”.
Antes de que siguiera hablando el compañero comenzó a disparar al cuerpo, Meyer con lágrimas en los ojos sacó su arma y le disparó a este, después de todo, tenía que defender a su hijo. Volvió a ver el cadáver, ya no reaccionaba, ahora estaba ante su hijo, cómo volvería a él, era imposible, pero él si podía ir con su hijo, tomó su arma y se disparó en la sien.