sábado, 7 de agosto de 2010

Los románticos lo llamamos...

Una vez más me encuentro en el abismo que los románticos llaman soledad, perdido cual Dante en el Infierno, pero sin un Virgilio que me indique el camino, sin monedas para Caronte, y completamente dispuesto a regresar, cuando la oscuridad de tus ojos llena de luz el sendero, dándome aliento, mostrándome un lugar al cual volver, al cual llamar patria, llamar hogar.

Me sacas de las tinieblas, para mostrarme la desesperación de jugar ese juego tonto de escondites, acompañado por las persecuciones de mi motor herido, protagonizando persecuciones tan lentas y a la vez tan estrepitosas, ese juego donde no puede haber un sólo ganador, pero en la mayoría de las veces un sólo perdedor, que se juega individualmente para ganar en equipo, ese juego que los románticos llaman amor.

Cansado de llamar a gritos silenciosos, para sólo escuchar un tono de ocupado, pues algún idiota ha llamado antes, y por oportunidad, más no por méritos me ha ganado, ahogándome de celos, en un mar que jamás he navegado, soñando cada noche con recuperar esos labios que jamás he besado, sueños que se tornan en pesadillas, al saber lo que podría ser y no dejas que exista, sueños que los románticos llaman ilusión.

Lo glorioso del juego es que te puedes sentir cansado, harto, defraudado, pero pocas veces derrotado, por lo que decido seguir jugando, a mi modo, construyendo una estrategia, entrando de manera discreta, cuál Odiseo cobijado por la noche troyana, igual construyo un caballo revestido de amistad, para cuando menos te lo esperes haya logrado invadir tu corazón.

Irónicamente un pueblo vencido como mi alma estaría tratando de conquistar a su conquistador, con la fuerza de un fuego abrasador, que imita a la luna que refleja la intensidad de la luz solar, reflejando mis sentimientos en tu alma, con la fuerza que los románticos llaman pasión.

Embate tras embate, cada que una mirada cómplice me dice que he logrado penetrar una muralla, me mencionas al idiota aquel, mandándome con la rapidez del rayo a mi insólita realidad, donde esbozo una mueca disfrazada de sonrisa, que debería reflejar mi inminente tristeza, sonrisa que hago hasta lo imposible para mantener, sin importar lo violento que sople el viento, con la sequedad del desierto, finjo estar en una soleada playa, mientras me agobia un extraño sentimiento mezcla de nostalgia, desesperación, rabia, agonía, sentimiento que los románticos llaman dolor.

Tengo el armario lleno de regalos que nunca me atreví a comprarte, bobas canciones cursis completamente memorizadas para cantarte, un jardín con flores robadas para adornarte, e inclusive música inaudible que me acompaña al sentir la sensación de bailar que provocas de sólo pensarte. En mi rostro cruza un destello con una sonrisa maniática que anhela que tal vez algún día mis trazos logren dibujar en tí el mismo sentimiento que tengo tatuado en mi interior.

Estúpidamente creí que se trataba de una carrera, cuando es más bien una prueba de supervivencia, donde inicias herido, pero optimista, sin brújula ni provisiones, sin saber a dónde ir, si avanzar o retroceder, donde cada carcajada que provoco en tí me dice que voy por buen camino, pero todo lo demás se burla de mí dejándome completamente confundido.

No hay origen ni destino, simplemente inicio en medio de la nada, en una discreta balsa, sin saber cómo llegué ahí, aferrándome ciegamente a los remos para mantenerme a flote, escuchando a lo lejos las carcajadas maliciosas de Poseidón obsesionado por hundirme, mientras lucho torpemente dentro de la tormenta, que sé que terminará venciéndome. Cuando el dios de los mares me mira complacido por haberme convertido en un náufrago, le escupo en la cara, y sigo mi camino a nado, pues qúién es él para indicarme que todo está perdido.

Al final, creía no tener un guía como Dante. ¡Qué equivocado estaba! Pues una Beatriz de cabello negro y distinto nombre, me ha salvado de la soledad, me ha enseñado a jugar el amor, a luchar con pasión y al final como todas las lecciones importantes guiado por una dosis de justificado dolor, me ha mostrado un edén, pero también me ha dicho que ya está ocupado, inocentemente me muestra que soy un desterrado, pero soy feliz con sólo observar por una rendija lo que me está esperando, pasando noche y día maquilando estúpidos planes que seguramente no me llevarán a ningún lado. Fascinante paleta de emociones, sentimientos, ideas que ni los pintores, ni los científicos, ni los tipos locos y románticos como yo tenemos la más remota idea de cómo llamar.