miércoles, 11 de junio de 2014

Carta de despedida.

Hola.

Nunca enviaré esto y es ridículo que lo empiece como cualquier otra carta, con un tono casual de dos personas que se saludan. Entre nosotros no podría decir que hubo casualidades, sólo puras causalidades, derivadas de nuestras formas de ser, de nuestros sentimientos, que si bien maldigo al demonio que te haya convertido en lo que eres, podría maldecirte más a ti porque has moldeado en lo que me he convertido.

He pasado de ser un soñador enamoradizo a alguien que se levanta por las noches teniendo pesadillas, alguien que siente rabiar en su pecho al escuchar tu nombre con la añoranza del corazón que te llevaste. Corazón que nunca pediste rindiera a tus pies, corazón que pudo haber sido tuyo por siempre y que ahora debes de haberlo dejado abandonado en algún oscuro rincón de tu memoria.

La nostalgia me invade a cada paso que doy, cuál marca de pasos en la arena, nostalgia de lo que pudo haber sido y nunca será, nostalgia de esa espera por ver tu sonrisa, sonrisa que nunca fue mía, nostalgia por ese tiempo antes de conocerte, donde las cicatrices eran pequeñas y estaban completamente curadas. Ahora, ni siquiera quedan cicatrices, pues hasta eso te llevaste, dejando un ser vacío que ha dejado de creer, de soñar, de vivir, que busca la añoranza del calor de los cuerpos por mera vanidad, porque espera que en un suspiro y en un mar de sudor y caricias naufrague tu recuerdo.

Admito que la culpa es compartida, como no lo fue el sentimiento, y me pesa que no hayas matado mis ilusiones de una sola certera estocada, pues a estas alturas ya habría sanado. No, en tu funesta amabilidad fuiste arrancando pedazos cuál niña que juega con una inocente flor preguntándose si la aman no. Si te llevaste mi corazón fue porque no hubo resistencia de mi parte para entregarlo.

Iluso, mil veces iluso, creí que cada parte que te llevabas sería para entregarme el tuyo, pero lo custodiabas para alguien más, siempre enigmática, con esa mirada triste, que ocultaba tras un velo docenas de secretos que nunca fui digno de que me revelaras. El secretismo siempre fue lo tuyo, la oscuridad y las dudas, caminar hacia ti no era un sendero peligroso, era un pantano en el cual uno podría hundirse por siempre.

Entiendo que nunca fue tu intención lastimarme, la entiendo como el patán que he sido lastimando a víctimas inocentes de esta guerra, mero daño colateral. Lo que escapa de mi capacidad de entendimiento es la mentira, el engaño, la ilusión. Fui el público perfecto para tu acto de prestidigitación, siendo el voluntario, partido en dos… que nunca fue unido de nuevo.

Amor, palabra poderosa de simples dimensiones, de simetría aplastante, sólo dos vocales y dos consonantes, que nadie en el mundo ha pronunciado nunca igual, sentimiento detestado por muchos pues crea vulnerabilidad, pero ahí radica su belleza, es frágil como cristal, pero puede volverte tan fuerte como el acero templado. Amor, supongo fue lo que sentía, aunque embriagado de dolor haya acabado convertido en capricho. Odio, la dualidad de ese sentimiento puro… podría ser el contrapeso que necesite para volver a sentir algo, sin embargo, no tiene sentido odiarte, en dado caso el único receptáculo de mi odio sería yo mismo. Ahora odio lo que sentí, y en lo que me he convertido, odio ese reflejo burlón que me mira desde el espejo, sombra de lo que era.

Culpable el destino que no tejió nuestros caminos juntos, culpable las musas que nunca pusieron las palabras necesarias para que comprendieras todo lo que sentía, culpable el tiempo que nos fue corto y culpable el lugar que nos puso tan lejos, culpable tú, culpable yo; único condenado que escribe estas letras de penitencia tratando de rescatar un pedazo de alma, intento vil, egoísta, estúpido.

Nunca leerás esto, y aun así me despido, un adiós tardío, sin escena de lluvia y añoranza de volver, un adiós perpetuo, definitivo, vacío.

Atte. Aquel que te quiso como nadie más.

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