miércoles, 2 de enero de 2013

Un balón, dos porterías, veintidós jugadores y un millón de ilusiones.

Mucha gente lo detesta, eso es innegable, dicen que le falta agresividad, que le falta estrategia y mil y un argumentos más. No escribo esto para convencerlos de lo contrario. El motivo es tratar de transmitirles todos esos sentimientos que provoca el deporte más popular del mundo.
La magia nace de un acto tan simple como patear un balón, ese en el caso "ideal", pues muchos hemos llegado a "practicar" este deporte pateando una lata, un envase o cualquier otra cosa. El "esférico" es lo de menos, la sensación es la misma, el espíritu es el mismo, el objetivo es el mismo, llevar el balón a la meta contraria cruzando por esos tres postes, y evitando que el balón cruce la tuya.
Es una ambigüedad fascinante esa lucha por mantener el balón, por hacerlo tuyo, evitar que el rival ensucie tu inmaculado juego que se hila cual fina red de araña y al menor error, desaparecer por completo. A su vez existe el deseo de regalárselo al rival, que quede en la posteridad como una cicatriz recordada en un marcador que pocas veces refleja la intensidad de lo que pasa en la cancha.
Las reglas dictan que deben ser al menos 90 minutos de esa agonía, donde como aficionado sufres la mayor parte del tiempo. Nos guste admitirlo o no, el fútbol la mayor parte del tiempo es sufrimiento, a diferencia de otros deportes, el marcador rara vez es abultado, por lo que cada anotación se disfruta como una ligera llovizna en el desierto, sin importar si nace de los botines de un delantero; de la genialidad de un medio; del valor de un defensa; de la espontaneidad y de la gallardía de un portero; o del error de un rival, recorrerá cada fibra de nuestro ser y se elevará al cielo sin importar si es una o mil voces las que gritan ¡GOL!. Se elevará para vivir por siempre en los corazones de los aficionados, jugadores, entrenadores, baloneros y de todos los que conforman y aman este deporte.
El fútbol también es libertad, a pesar de la estrategia que suele plantearse cada jugador puede hacer lo que le venga en gana, inclusive el portero, del cuál podríamos creer que los guantes lo unen como grilletes a la portería, puede osar aventurarse por los 110x75 metros que mide la cancha; por lo que podrás ver incansables medios comandando a la defensiva o a la ofensiva; a delanteros persiguiendo al rival para que no haga daño en su propia meta o a defensores ofender de la manera más elegante posible, marcando un gol.
Además el fútbol es igualdad, no distingue entre nacionalidades, credos, razas, géneros o cualquier otra insulsa división que solemos establecer por creencias banales. Está dispuesto a abrirle las puertas a cualquiera y volverlo una leyenda.
También es unión, once mentes con un mismo objetivo, que se llenan de dicha ante cara victoria y que juntos enfrentan con dignidad la derrota. En este sentido se ve un fenómeno particular, donde el color de la casaca puede unir a compatriotas divididos por los colores de un club. División que debe existir en el deporte para fomentar la competencia, pero que se debe de olvidar para seguir respetando al rival, que si bien podrán vestir colores distintos, pero nunca se debe olvidar que se ama el mismo deporte.

Deportes hay muchos, y cada uno genera la misma pasión en cada uno de sus seguidores, sin embargo, el soccer (como lo llaman los pedantes que no pueden reconocer su popularidad) tiene una magia especial que ningún otro deporte ha encontrado, una magia que siempre nos dará la esperanza de que nunca deje de rodar el balón.


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