lunes, 23 de diciembre de 2013

Dos desconocidos más


-Él no te ama-

La escena era idónea para una película romántica, una noche lluviosa de ciudad, en una calle mal iluminada, ella se iba caminando, sabía que no la volvería a ver, así que en un arrebato murmuré eso que daba vueltas en mi consciencia desde hace tiempo, al escuchar por fin esas palabras me sentí liberado para decirlas con más fuerza, con más firmeza.

-¡Él no te ama!-

Su cabellera rubia giró despacio, si, rubia para profundizar en el cliché que me encontraba, iluminando todo a su alrededor, casi en cámara lenta, hasta que sus profundos ojos azules me miraron con desdén, como siempre lo había hecho, aunque ahora sumados con una ira y una fiereza de la leona, depredadora por naturaleza, herida en su orgullo.

-¡Eso no te importa!-

Sabía que me había extralimitado, sin embargo, ella se moría por un idiota, el confiado galán que nunca ha sido rechazado, que nunca se ha tenido que esforzar pues lo ha tenido todo básicamente desde que sus padres planearon tenerlo, o rompieron el condón, o cómo sea que el desgraciado haya llegado al mundo.

La fiesta navideña aún nos recordaba el entorno en el que estábamos enmarcados, dejando escapar tímidas notas de la vigorosa música que los comensales disfrutaban. El único motivo por el que estaba ahí era porque ella me había pedido que la acompañara y yo iluso esperaba el milagro navideño, esperaba que fuera la fiesta donde todo se resolviera a mi favor, como en esas estúpidas películas adolescentes norteamericanas.

Ahora estábamos frente a frente sobre el escenario más romántico que los dioses o el demonio pudieron habernos concedido, aunque la situación entre nosotros distaba de ser propicia para el romance. El galán en cuestión también había ido acompañado, pero a diferencia de la rubia que no deseaba ir sola, él en verdad había encontrado a alguien, que si bien no sé si era especial, no despegaba su rostro de él, fundidos en un beso tras otro, como si su respiración dependiera de la del otro.

Ese ligero detalle sumado a los constantes juegos de manos que no buscaban disimular, tenían desquiciada a la rubia. Ella, la leona lo había atrapado, había tardado un año, y ahora luego de dos meses de relación él se divertía de lo lindo y ella, iba acompañada de un perdedor como yo, o al menos eso es lo que ella pensaba.

-Yo te amo-

Me arriesgué a decir, añadiéndole dramatismo a la escena, esperando que el sonido de dichas palabras tomara sentido y toda la velada se solucionara de tal forma que yo terminara con la despampanante rubia y que todo el mundo pudiera irse al carajo en ese mismo instante. No esperaba lo que ella tenía preparado.

-Yo no te amo, y tú tampoco me amas, sólo soy un capricho para ti-

Eso me dejó helado.

Dejando de lado mi amor propio que había recibido una patada en los testículos al escuchar de sus carnosos labios esa verdad inequívoca de la falta de amor que tenía hacia mí, lo que me cayó como un balde  de agua helada, ironizando que ya me encontraba empapado por la lluvia que caía sin tregua, fue el hecho de que considerada todo lo que había hecho por ella como el fin para satisfacer un capricho.

¿Y si tenía razón? El mismo año que ella había gastado cazando a dicho galán, yo había estado prendado de ella. Desde que esos ojos azules me voltearon a ver, haciéndome sentir tan miserable y a la vez tan capaz de realizar las gestas más grandes, hasta ahora que estábamos bajo una farola de una calle sin nombre de una ciudad más.

Al escucharla decir esas palabras noté tantas cosas que se me escapaban, detalles sin importancia que iban desde su afición por hablar en la sala de cine, resaltando los sucesos obvios de la cinta, hasta ese lunar en la esquina del labio que no había notado y que ahora la hacía ver menos atractiva.

Una venda había caído de mis ojos, en ese momento empecé a verla como de verdad era y no como yo la soñaba, si bien era una mujer atractiva y cuando no estaba iracunda, cuál personaje bíblico del Antiguo Testamento, era agradable convivir con ella. Una parte de mi seguía enumerando todas las cosas que me hacían estar loco por ello, sin embargo, en los archivos de mi existencia aparecía una lista con todos los argumentos que mostraban el porqué nunca estaríamos juntos.

Si bien era doloroso, se sentía un alivio que no había sentido desde hace meses, como cuando te acomodan un hueso que dejó de estar en su lugar, aquellos que nunca se hayan lastimado no entenderán la sensación.

Me limité  sonreír.

-Tienes razón, no te amo… disculpa todas las molestias que te pude provocar-.

Por primera vez ella me vio de manera distinta, ya no había desprecio en sus ojos, fue una chispa de respeto hacia mí, o era un velo de dignidad que cubría su mirada, lo que sea que haya sido sabía que era suficiente para que yo pudiera continuar con mi vida…

Me ofrecí a acompañarla a su casa lo cual ella aceptó, no hablamos durante el trayecto a su casa, nos despedimos con la formalidad de un beso en la mejilla, al regresar al auto me llamó desde su puerta, me despidió con una sonrisa, ella también sabía que no me volvería a ver. Esa sonrisa fue su manera de darme las gracias por ese año de atenciones, una disculpa por el no corresponderme y su manera de desarme suerte, sólo asentí con la torpeza que los hombres como yo solemos hacer gala, volví a subir el auto y conduje a través de las calles de esa ciudad, una ciudad más, en una noche lluviosa más, donde dos personas que compartieron juntos, pasan a ser dos desconocidos más.

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